Una memoria, un recuerdo

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Octubre comenzó, lamentablemente para mí, de una manera muy triste. Mi tía falleció el lunes pasado después de años de luchar contra una enfermedad tan silenciosa como es la diabetes. Y, sin embargo, a pesar de que sé que ahora está mejor y en un lugar en el que ya no hay más dolor, hay una parte de mí que es egoísta y desearía que todavía siguiera aquí. Claro, antes tendría que contarles que vengo de una familia muy unida, que se reúne los domingos a platicar y meditar sobre la vida, que celebra los logros de los demás y que les encanta burlarse de sí mismos. Por eso la pérdida de uno de sus integrantes, la más grande jerárquica y biológicamente hablando, nos pesa enormemente.

Nos pesa porque la vida tiene que continuar y debemos aparentar normalidad cuando una parte de nosotros también se fue con ella. Nos pesa porque no podemos embotellar las pequeñas cosas que la hacían especial: su voz, su risa, su olor… No obstante, lo que nos dejó, lo que me dejó, se quedará aquí por siempre. Recordaré con cariño aquella vez que después de una pesadilla me ofreció agua bendita para que pudiera dormir en paz, por ser la primera en regalarme una caja de 36 colores cuando decidí que quería ser diseñadora de modas -sueño que se esfumó en la secundaría cuando tomé industria del vestido y descubrí que hacer moldes y costurar no era lo mío- y por contarme chistes o intentar engatusarme para comer más mango a la hora del almuerzo.

Pese a todo, diré que no tenía muchas ganas de plasmar algo demasiado personal aquí, pero, también sé que no podía continuar haciendo como que nada de esto había sucedido, así que este es una de especie de homenaje a su memoria. A su amor, a su cariño y a todo lo que me dejó, que siempre vivirá conmigo.

Lc, 12:34 - «Donde está tu tesoro, también estará tu corazón»

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